SÁBADO 1 de Noviembre
20:00 Hs.
Centro Intercultural Gvbamtuwe Ruka

CACHE

(ESCONDIDO)
de Michael Haneke

SINOPSIS
Georges, presentador de un exitoso programa cultural en televisión, y su mujer Anne llevan una vida perfecta junto a su pequeño hijo Pierrot. Un día, aparece una misteriosa cinta de vídeo en la puerta de su casa. Contiene imágenes de los exteriores de la casa y nada más. No hay explicación de quién la envía ni porqué. Nuevos envíos se suceden de forma amenazadora y, poco a poco, la idílica vida del matrimonio burgués empieza a derrumbarse...

Ficha Técnica:Dirección y guión: Michael Haneke.
Países: Francia, Austria, Alemania e Italia.
Año: 2005.
Duración: 115 min.
Género: Thriller.
Interpretación: Daniel Auteuil (Georges), Juliette Binoche (Anne), Maurice Bénichou (Majid), Annie Girardot (Madre de Georges), Lester Makedonsky (Pierrot)
Producción: Margaret Menegoz y Veit Heiduschka.
Fotografía: Christian Berger.
Montaje: Michael Hudecek y Nadine Muse.

La ambiguedad de lo real

Por Consuelo Fontecilla

Puede una imagen captar la realidad? Definamos la palabra captar: Percibir por medio de los sentidos. // Recibir, recoger sonidos o imágenes. Si quién registra la banda de sonido e imagen es una cámara de alta definición diseñada para tales fines, lo que vemos al revisar lo grabado ¿es lo que de verdad sucedió? ¿Una exhibición subjetiva de los hechos? ¿Un simulacro de lo real?. Pregunta: ¿Por qué las imágenes de aficionados que se reiteran por estos días de las Torres Gemelas derrumbándose son para todos quienes no estuvimos ahí la oportunidad de ver lo que de verdad sucedió ese 11/9 en NY ?. Respuesta: Porque vivimos en una época en que lo que lo que se ve es lo que es. Ya no sólo la realidad proyecta imágenes sino que también y quizás cada vez con más fuerza, las imágenes construyen realidad. Es en dicho dilema entre la imagen y lo audiovisual, lo vivido y lo re-creado que se enmarca la trama de CACHÉ, la notable última película del director Michael Haneke. Esta cuenta la historia de Georges Laurent (Daniel Auteuil) un respetado intelectual cuya acomodada vida junto a su exitosa mujer (Juliette Binoche) y su hijo se ve alterada por la extraña aparición de unos videos que progresivamente delataran ciertos aspectos desconocidos de su pasado.
Desde el comienzo del filme, Haneke juega con la reflexividad y especularidad de la imagen, al mostrar un plano general de la casa de ambos desde una cámara fija (al modo de las de vigilancia) como si fuera el primer registro que capta el accionar de los personajes cuando lo que en realidad estamos viendo es la pantalla del televisor (cuyo encuadre coincide con el cinematográfico) que miran con curiosidad Georges y Anne para conocer el contenido de la misteriosa cinta que ha aparecido en su puerta. Lo único que nos permite distinguirlo son las líneas propias de Rewind.
En otras palabras, la focalización (lo que ve el espectador) se funde con la ocularización (lo que ve el personaje) y esa ambiguedad de los hechos registrados se mantendrá a lo largo del filme. Es la constatación de la crisis de la imagen en la cual se ha difuminado la distinción entre la ficción y el documento. Así, las imágenes de video se equiparan en calidad y validez a las cinematográficas, las imágenes de la memoria a las de la realidad y las apariencias que originan los prejuicios a las que avalan los juicios. En conjunto, las imagenes narran una historia dentro de la historia y configuran un texto dentro del texto. Es misión del espectador determinar e interpretar la relevancia de cada una de ellas. Haneke se rebela ante la producción de realidad digerida y verdad única que ofrecen los mass media hoy en día y emprende la tarea de demostrar, en palabras de Bazin, que “lo real es ambiguo.” Premisa en la que involucra al propio ejercicio del cine de “reconstruir escenas” y montar imágenes. Para ello, filma en su mayoría en plano general desde un ángulo fijo y la temporalidad del relato está dada por el devenir de los personajes sin alteraciones rítmicas. Técnica propia del registro que pretende ser objetivo. Rigurosidad que se pone en tensión al mostrarnos un contenido ambiguo. (Cuando quien capta no es una cámara sino un ojo, lo hace a través de ventanas) Un profesor decía que la vida consistía en abrir y cerrar puertas; Haneke sin duda adscribe a dicha teoría al articular el relato en la dicotomía del Adentro y del Afuera. Los videos misteriosos registran en un primer momento las entradas y salidas de los dueños de casa, luego el frontis del domicilio de infancia, más tarde el ingreso a un edificio que culmina en la puerta de un dpto… En suma, llegadas y retiradas marcan el accionar de todos los personajes del filme. La lógica del Afuera como representativo de lo extraño, impredescible, peligroso, en oposición al Adentro (hogar) símbolo de intimidad, protección, seguridad es invertida con la aparición sucesiva de las cintas mencionadas. De ahí que el acceso a la casa de los Laurent implique traspasar varias puertas, subir escalas. De ahí que en un momento de abatimiento Georges cierre las cortinas o se niegue a encender la luz o que cuando aislado de la amenaza externa, a solas y desnudo, literal y metafóricamente, combata la amenaza interna de su propia psiquis con pastillas para dormir.
La aparición de las cintas es la violación a ese espacio protegido, pero una vez que el “enemigo” está dentro es una forma de gatillar una indagación interna en la vida pasada de Georges que desencadenará la caída de las máscaras.
El encuadre de las tomas del interior de la casa da cuenta de un entorno compuesto por soportes de re-producción de realidad/ficción: almuerzan entre libreros, ven constantemente televisión, en el living hay espejos como cuadros. En cuanto a dinámica familiar se evidencia muy poca comunicación verbal entre marido y esposa e hijo, sin embargo tienen una constante vida social. Notable son los planos/contraplanos que da cuenta de la primera discusión de la pareja donde ella le pide confianza y que le diga lo que está pensando. Auteuil impenetrable. Binoche con angustia contenida y a sus espaldas un espejo que refleja un estante. Escena que termina con un portazo de Anne. Resulta significativo además, que nunca se quiebren emocionalmente estando juntos y que cuando a Georges se le pregunta por el estado de su esposa responda “Bien” como formalidad social y se refiera a su trabajo como editora.
A medida que advertimos las grietas de esta armonía, nos damos cuenta que otro tema que aborda la película es cuanto pesa en el mundo contemporáneo la imagen que una persona proyecta, ya sea por su apariencia, por su trabajo o por lo que se dice de ella. Estereotipos, imágenes que elevan o hunden a una persona. Haneke (director y guionista) expone a Georges no sólo al juicio de los espectadores de cine sino también, dentro de la diégesis, al de los espectadores que ven su programa cultural de T.V. Constantemente en la historia se alude a sus fans y él en un minuto deberá hacerse cargo del lado negativo de tener esa imagen exitosa. Otros que deben cargar con el peso de su apariencia y los prejuicios racistas vinculados a su origen son unos tipos argelinos que se ven involucrados en el caso.
CACHÉ es también una película sobre los mecanismos de defensa en el amplio sentido del término. Sobre la memoria (que no es más que un montaje de imágenes) y la culpa. Sobre los lugares donde la escondemos para poder seguir viviendo, pero ¿Se puede esconder realmente? El lugar más resguardado es el inconsciente y es por eso que esta película finalmente trata del viaje obligado de un individuo hacia sus recuerdos más recónditos y conflictivos. Accedemos a ellos por medio del sueño del protagonista. Son las pistas que tenemos para acercanos a la verdad de los hechos. Ahora: ¿Es una imagen extraída de un sueño una pista confiable. Según el director austríaco tanto o nada como lo son las que reproducen los noticiarios. Las imágenes oníricas tienen el mismo tratamiento compositivo que las de las realidad. Eludiendo así, Haneke y Christian Berger (notable a cargo de la fotografía) cualquier lógica simbólica del tipo: ensoñación = nebulosidad, violencia= oscuridad…Más bien, todo lo contrario: las secuencias del sueño ostentan de mucha luminosidad; en contraposición a las escenas al interior de la casa que son cada vez más lùgubres. En ese sentido, es extraordinaria la secuencia en que Georges “se confiesa” ante Anne en la habitación en penumbra (le ha pedido a ella que no prenda la luz, último intento de mantener la máscara). Desde un ángulo fijo vemos Auteuil que relata sentado a modo de confesionario y de pie la silueta de Binoche lo escucha…
Los hechos del pasado que recuerda Laurent son aquellos que constituyen una identidad para siempre, esos que definen la forma en que te relacionas(arás) con quienes te rodean. De manera que lo más aterrorizante para Georges (y para el hombre en general) no es que espien su vida sino que le demuestren en su cara sus limitaciones y fantasmas. Lo desiquilibrante es constatar que se pueden evadir vivencias pero no desaparecerlas y asumir que ninguna burbuja que construya para vivir en paz, por perfecta que parezca, es invulnerable porque la mayor amenaza a esa estabilidad reside en su propia mente que lo hace ver (y creer) lo que quiere ver(y creer).
CACHÉ es un bocado exquisito para cinéfilos y un plato, quizás, demasiado contundente para el espectador de improviso, pero para todos los espectadores será una pelicula con miles de texturas develadas y por revelar. La invitación está hecha.


fuente: http://www.cinematografia.cl

El pasado siempre vuelve

Por Sergio Vargas

Viendo los primeros minutos de Caché podría parecer que el director Michael Haneke se ha salido de su registro habitual y que su noveno largometraje es un suspense sin pretensiones, un divertimento en la línea de Brian de Palma, con esas cámaras de vídeo que engañan al espectador casi tanto como desconciertan al protagonista, del mismo modo que podría parecer que las imágenes con las que comienza el filme no son a su vez imágenes filmadas dentro de la propia filmación que están siendo visionadas por la familia Laurent. Y sin embargo, nos equivocaríamos en ambos casos. Tratándose del director austriaco, que desde su primera película El séptimo continente no se ha dedicado a otra cosa que a diseccionar las múltiples miserias de la sociedad en que nos ha tocado vivir, mostrándonos su lado más oscuro, el que muchos se niegan a ver a pesar de que lo tenemos haciéndonos compañía cada día, no era posible que Caché se tratase únicamente de un vacuo entretenimiento. Haneke es un autor en toda regla de esos que siempre hacen la misma película. Cada una de sus obras es una nueva radiografía que, señalando la irreversible expansión del tumor, confirma la enfermedad terminal de la raza humana. Y una vez más el creador de 71 fragmentos de una cronología al azar convierte la violencia contenida en una de sus mejores armas. Violencia contenida que a veces pierde momentáneamente su contención estallando como una vejiga repleta de cerveza, con imágenes nunca agradables pero que en el fondo atraen nuestra mirada como lo hace un cadáver abrazado al arcén.
Esta vez (como en El séptimo continente, como en Funny Games) vuelve a centrarse en una idílica familia (aunque no austriaca sino francesa) de clase media tirando a alta que no tardará en encontrarse en problemas. Él (Daniel Auteuil), es una especie de Sánchez Dragó con su tertulia televisiva incluida, ella (Juliette Binoche), dedica su tiempo a la traducción de novelas y por supuesto hay un niño (es lo que tienen Haneke y Spielberg, aunque los de uno suelen salir peor parados que los del otro), Pierrot, que canaliza el exceso de energía que les es propio a los de su edad en la natación. La premisa argumental nos retrotrae inmediatamente a Carretera perdida (el apellido de los protagonistas no parece casual): la familia recibe unas cintas de vídeo en las que se ve su portal desde el exterior. Parecen advertirles que están siendo vigilados. Más tarde postales y extraños dibujos con personas y animales sangrando convierten la broma en demasiado macabra como para tratarse de una mera broma. Y mientras sigue escondido el que envía tales "regalos", comienza a salir de su escondite el pasado que Georges había olvidado mucho tiempo atrás.
A veces se entierra profundamente en la memoria aquello de lo que uno se siente arrepentido o avergonzado. Pero aún peor es enterrar aquello de lo que uno se siente culpable, y precisamente eso es lo que hizo Georges cuando sólo era un niño. Olvidó rápidamente lo que había hecho mal, lo apartó de su mente hasta que simplemente desapareció. Nunca estuvo allí. Sin embargo estaba escondido. Y a veces ocurre que las sombras del pasado vienen a enturbiar el presente. Haneke construye un suspense admirable y digno de considerarse tal, pero a medida que las cintas van acercando al protagonista a su pasado, movidos por el peso de la culpabilidad comienzan a tambalearse los pilares de su familia y la confianza y el amor se tornan en desconfianza, temor y celos, y es aquí donde comienza a aparecer el Haneke al que estamos más acostumbrados. La tensa secuencia de la persecución a la que se ve sometido Georges por el hijo (Walid Afkir) de Majid, o aquella en que el propio Majid (Maurice Bénichou) cita a Georges en el piso, donde observamos todo desde un difícilmente soportable plano fijo tomado por una de las videocámaras del delito, son claras muestras de esa violencia contenida a la que me refería en un principio. A veces estalla y otras no, pero en ambos casos al espectador le queda una amarga sensación de incomodidad, manteniéndolo en continua tensión esperando que pase cualquier cosa, y nunca precisamente buena.
De nuevo, con la impecable técnica que le caracteriza, el pulso quirúrgico del director se balancea entre trabajados planos secuencia o miradas fijas que dejan transcurrir la acción sin ningún tipo de efectos de montaje (y es que el mejor montaje es el que pasa desapercibido), y sin embargo, encuentra además hueco para los mandos a distancia, aquellos que desquiciaron a más de uno en la perturbadora (¿acaso hay alguna de sus películas que no lo sea?) Funny Games, aunque esta vez no del modo demiúrgico en que lo utilizó en aquella, sino como parte del juego de espejos que plantea entre la realidad y la realidad filmada que se puede revisar, pero que hasta que no se revisa, al espectador se le muestra como si fuese lo que está ocurriendo en ese preciso instante.
Haneke se permite un final desconcertantemente abierto, del mismo modo que lo era el de La pianista, no resuelve el misterio ni falta que le hace, porque no se trataba de lo más importante de la historia. Quien envía las cintas o quien deja de hacerlo es su MacGuffin. En lugar de complacernos con un final explícito y cómodamente resuelto, lo que busca el director es precisamente lo contrario, otorgándonos un plano fijo que centra su atención en la escuela, y a partir de ahí, que el espectador reflexione. Después de todo, probablemente se le ocurran algunas cosas en que pensar bastante más importantes que descubrir al "asesino".


fuente: http://www.miradas.net/